(Primera parte)
Por: Yolanda Sánchez Fernández
Toda utopía comienza con “hubo una vez”, “hace ya mucho tiempo”, “en un lugar lejano”. Pero ésta es una historia de tiempos cercanos en una tierra con algo en común con esos relatos fantásticos y es la aparición de un gran mago que bañó con enormes riquezas todos los confines del lugar, no se sabe si por maldad o por bondad.
Desde entonces enormes bestias venidas de más allá de sus mares incursionaron ese suelo en la búsqueda incesante de la “ciudad del oro” la cual nunca se halló; pero las bestias se quedaron, y comenzaron a mutar sólo en apariencia física, porque en lo más recóndito de su perversa naturaleza se transformaron en una réplica algo mejorada de sus antepasados.
Nadie osaría pensar que alguno de esos temibles animales, una pequeña gallina; quedaría como señal de esa descendencia maldita. Pues si, esa extraña metamorfosis presentaba el fenómeno de que las plumas que cubrían el cuerpo de semejante esperpento sólo tenía dos raros colores: blanco y verde.
El perfecto camuflaje de colores de la gallinácea de nuestra historia le permitió revolotear a sus anchas de butaca en butaca durante largos 40 años porque por muy extraño que parezca esta ave no sólo planeaba sino que aprendió el arte de los magos en eso de desaparecer cosas. Astucia adquirida que le dio la oportunidad de desintegrar numerosos expedientes sobre denuncias en especial las militares, llevadas ante el conciliábulo del cual formaba parte.
¡Ah, desgracia para el plumífero en cuestión, sus años de sobrevuelo y ese tiempo mágico de “éramos felices” estaban contados! pues un día apareció en el horizonte un extraordinario y magnífico ejemplar. Era un águila que ostentaba todos los colores de la humanidad y su luz era tan potente que saltó hacia otros continentes del planeta llamado Tierra.
Y la pobre gallina quedó sin butaca, sin felicidad, sin plumas pero con el odio anidando huevos como esperando la revancha contra el águila. Así se mantuvo casi a escondidas, calladita sin cacarear hasta el día que tan ansiada espera llegó con la barbarie del fascismo tan aplaudido en el mundo actual por constituir el renacimiento de la oscuridad.
Aunado a este resurgir de las tinieblas, los planes de la macabra gallinácea se vieron coronados por la nefasta, muy temprana pérdida del águila que volvió al lugar de donde salió y desgraciadamente trajo consigo la reagrupación de la extirpe de las bestias originarias.
De esta manera, el raro ejemplar de este cuento pudo echar mano de todas las argucias aprendidas en sus años de ave mutante. Con astucia y sortilegios consiguió no sólo llevar un corral de diversas pintas sino que ella misma se impuso como su jerarca, al sitio que su demencial obsesión ahora transformada en senil, le asegura la llevará a posar sus patas a un Palacio que siempre ha sido blanco de sus sueños y pesadillas.
Sueños porque se mira todos los días en el espejo y éste le devuelve el reflejo de un cuerpo esmirriado sobre el que cuelga una Banda Presidencial que no logra ajustar. Pero como la vida así sea de plumas finas también esta adornada con pesadillas, la suya está marcada por ese don del ÁGUILA DE COLORES al osar dejar una herencia de hombres y mujeres que no vuelan pero tienen rodilla en tierra para luchar e impedir las reformas fascistas que Mamá gallina y su pandilla buscan imponer a esa Carta mágica llamada Constitución.
Porque PATRIA no se identifica con impunidad, ni con papel sanitario, ni con una conocida marca de harina de maíz. PATRIA tiene un significado muy profundo, muy ancestral que la astuta plumífera y sus aliados aún no han logrado descifrar.
¡Bueno, llega el fin de esta historia pero otro capítulo de la fábula de Mamá gallina y su pandilla será escrita. Todo dependerá de los asaltos y volteretas tan propios en los corrales!
PICOTAZOS DE ODIO
(Segunda parte de la fábula de Mamá gallina y su pandilla)
He aquí mucho tiempo transcurrido desde el primer escrito de esta fábula. Y aunque había prometido continuar este fantástico relato dependiendo del salto y las volteretas que priman en los corrales, fueron esas malas jugadas atribuibles al destino con las que los humanos solemos escudarnos para escapar – tal vez, por inercia (dejar hacer o que otros hagan) o ese cansancio que produce una civilización tan lejana de la Iluminación y tan cercana al oscurantismo – que hicieron polvo de humo mi primera intención.
¡Pero oh, cruel destino que me ha devuelto a un oficio de reunir las letras! y que siempre me atrajeron como las gallinas ante las señoras cucarachas – no podría identificar cuando es macho o hembra, por aquello de especie hemafrodita sin control (tan abundantes en este corral) – así que retornemos a esos brincos y cacareos tan parecidos a la euforia borrachera que produce el alcohol ya sea muy fino u ordinario para continuar las huellas que deja nuestra principal estrella “Mamá gallina” en su periplo por la tierra mágica que asegura “defender con devoción”.
Una vez obtenido el premio gordo por ley de jerarquía; la aventurera pero no risueña plumífera Presidenta del chiquero ya había lanzado su primer edicto y algo insólito en ella fue el madrugonazo que la tiró del palo acolchonado donde suele posar su escuálido cuerpo para dirigir per se, sin aviso y sin consulta (algo común en las democracias representativas); arrancar unos cuadros del recién estrenado pero no desconocido recinto donde tanto revoloteó sin freno en su larga vida como gallinácea.
Resulta un misterio el porqué al espécimen de nuestra leyenda le producía vértigos o le causaba esquizofrenia el contemplar unos ojos que le recordaban su naturaleza. También se ignora si su osada aventura mañanera le trajo esa paz con la que tantos sueños rotos se desvelan.
Pronto tal vez demasiado pronto, la pedantería, el autoritarismo que conformaban el carácter de toda la majada llegada de distintos lugares de la tierra mágica; gracias a la despreciable ignorancia que conllevan a la mentira y al miedo, se hizo poderosa aún entre lechuguinos y petimetres. La falacia de la promesa urdida “de no más colas, “mucha comida y productividad” llegó finalmente como una bofetada musical bien sonora no precisamente para los oídos, sino, para las bocas de quienes olvidaron las tinieblas y apostaron por volver al “éramos tan felices”.
La depravación por venir que se abatiría sobre la noble, generosa tierra de heroicos ancestros no podría ser avizorada ni siquiera por los más reconocidos oráculos y pitonisas de la antigua Grecia, si hoy existieran en el mundo actual. Y entonces, una ráfaga de decretos promulgados por tan magnifica ralea de sabia y altisonante camada de especímenes se abatió cual picotazos gallineros en fiesta cucarachera, sobre el hermoso arcoíris de ocho rutilantes estrellas.
¡Y oh, prodigio de sabiduría unida de la conocida frase de la “unión nace la fuerza”! se hizo patente en la excreción de la más grande bellaquería que haya conocido la historia corralera de esa especie gregaria en la hermosa tierra de gracia. Al unísono un coro de aullidos; aplausos; arrumacos; contoneos; mapucheos, llenó todo el recinto chiquero al grito de “intervención” pero no la quirúrgica que conocemos, pues, era nada menos que la intervención militar con que una terrorífica manada de halcones asola a muchas Soberanías de la galaxia llamada Tierra.
En alas avioneras, la bellaquería viajó a cercanas y lejanas planicies de un mundo de perfecta armonía de igualdad y derechos que tanta envidia levanta por estas tierras. Allá aterrizaron los más conspicuos discípulos de Mamá gallina con su tesoro para toparse con otras pandillas de seres fantásticos, casi gemelos. Aquí no hay esa magia o hechicería que los literatos tanto exaltan en sus letras y que al final no es más que la repetitiva proyección de malvadas sombras en otros espacios.
Desde entonces esa eximia y variopinta especie pagana recorre los confines del mundo portando no el arcoíris de estrellas (carga muy pesada que sólo llevan los valientes); sino abismales picotazos de odio anidados desde el funesto día para su estirpe, cuando una gigantesca Águila de colores tuvo la atrevida osadía de sacar del olvido de la memoria la palabra Soberanía y dar al traste con los macabros planes de la banda de Mamá gallina y su pandilla
Sin duda que las fábulas son un poco largas y no siempre terminan con el consabido final de “y vivieron felices para siempre” porque los picotazos de odio se prolongaron a lo largo del tiempo en la tierra libertaria llamada Venezuela; convirtiéndose en llamaradas de fuego que nos obligaron a contemplar cual espectadores de un circo romano el renacer de aquellos dragones lanza fuego que tanto amamos en nuestra infancia.
Ésta, particularmente lleva a una tercera parte de Mamá gallina y su pandilla debido a que el heredero por llegar es peor que su progenitor.
EL CONTURBENIO – Bajada y ascensión
Toda fábula está marcada por un final adornado a veces con el almíbarado “y vivieron felices comiendo perdices”. “Con el tesoro hallado compraron un hermoso Palacio”.
Pero esta historia ocurrida en un “lugar manchado” de la generosa tierra donde lo imposible se vuelve realidad y para muestra botones de “como todo en botica” (hoy extinta gracias a la modernidad de las franquicias) o donde el repertorio de frases jocosas tan usadas en el reino animalia de “yo no fui”, “yo no dije” “yo no estaba ahí” (literatura más florecida que bachaco en lluvia), está aún lejos de terminar.
Y lejos, porque en ese inmenso parque; la estrella principal de la historia privilegiada con el don de escurrir el bulto aunque este no es ni por asomo abultado debido a su desgarbada contextura; ella, seguirá apoltronada en un sillón de menor tamaño pero con la misma arrogante superioridad que exhibe junto a los ilustres miembros del rebaño (se ignora si es una marca de nacimiento o un defecto de crecimiento).
En ese Santuario donde en tiempos lejanos los más excelsos hombres de la comarca ocuparon sus espacios no para anidar, sino, para batallar contra una raza similar bestial de esclavitud y exterminio; a esa catedral acudieron solícitos los fieles devotos para escoger al nuevo mentor de su aquelarre. Algunos aseguran que los más íntimos ya conocían el nombre del ungido. Mientras los más lejanos al trono por no tener la misma categoría social, esperaban la melodiosa e inconfundible voz de Mamá gallina que sin trompetas ni maracas anunciará la buena nueva.
Frente a ese inmenso mar de especímenes no había lugar a dudas de que el nuevo elegido pertenecería a la misma línea plumífera de su antecesora – y empezó a expandirse tanto en círculos propios como ajenos a la corte, un rumor muy semejante al conocido mambo “quién será” “quién será la que me quiere a mi”- y fue pero no precisamente ni en la misma línea ni el más querido.
Porque no hay que olvidar que el amor en el reino animalia está desterrado y no surge como esa llamarada espontánea que hechiza al más plantao. No, aquí la chispa de una relación amorosa está envuelta en ese juguetón contubernio de “primero yo después tú” tan bien esgrimido y guardado. Pacto que nos remonta en el tiempo hasta los más cercanos episodios como el de aquel funesto y traidor golpe asestado en un memorable y soleado mes de abril.
Y si de volver se trata, apareció la exhuberante figura del heredero que no era un gallo o un ánade, pues este nuevo líder poseía unos rasgos peculiares y distintivos que lo acercaban más a la familia de los cánidos (dentro de los mamíferos carnívoros). Tal parecía una especie legendaria de lobo (canis lupus) depredador. Hay que recordar que las mutaciones son una de las características fundamentales de la pandilla aunada a esa egolatría que exhiben como marca sui géneris.
¡Pobre Mamá gallina, casi le retorcemos el pescuezo como a pavo sin navidad por culpa del nuevo jefe del clan, quien por cierto se merece otro episodio muy aparte a causa de esa terrible maldición del canis lupus depredador que lo lleva a transformarse “aunque no lo crean” en una versión fiel del terrorífico y viejo film cinematográfico conocido como “El Hombre Lobo”.
Y de nuevo, vamos a remar hasta la orilla final de esta fábula con el firme deseo de agarrar los palos que deja la ave picotera de nuestra pequeña narrativa en sus largas hazañas de saltos y dando buches que hasta el más sordo logra reconocer por constituir desgastados cacareos sin armonía, únicos en su especie.
Muchos sospechan, otros no saben el por qué una gallina tan vieja en eso de picotear la política durante largos años de sueños y pesadillas, haya tenido la infeliz aventura de volar a otro árbol de la galaxia para solicitar la lectura amorosa de una Carta Democrática – que no existe sino en el corazón envejecío y partío de un organismo internacional donde aves de rapiña se mandan tremendos banquetes al devorar con cuchillos sin necesida de tenedores a esas bellas letras invertidas de esa misión en el “debilatamiento de la paz”; “esconder los derechos humanos”; o “enterrar la democracia“, sólo para citar los favores más espléndidos obsequiados a las regiones no invitadas a sus pasatiempos.
Algunos de estos platos exquisitos (por la variedad de sus riquezas) ya fueron devorados y otros se hallan semidevorados por la hambruna tóxica de esos conquistadores de la modernidad, que hoy vuelven a recorrer el golpeado hemisferio donde la tierra mágica está enclavada.
Bueno, tampoco se conoce el por qué la nadita agraciada pero si astuta Mamá gallina logró hechizar a un creído gobernante (hoy traumatizado) bajo la amenaza de “sanción” (mecanismo tan de moda) para que incumpliera el compromiso pactado con las leyes del lugar. Para fortuna de su feligresía, cuatro elegidos no picaron el anzuelo y de esa manera lograron salvar la corona para sus respectivas testas, en los territorios seducidos.
Por los vientos que soplan, el sueño acariciado durante años de saltos, volteretas y planeos tienen una dirección que sigue apuntando aunque sin brújula, a ese Palacio objeto de ensueños y deseos que Mamá gallina no logra alcanzar. Quizás llegará a la recta final cuando a esta ave tan inclinada a picotear la política, se le caigan todas las plumas de su escuálido cuerpo.
Y parafraseando ese refrán de que “toda gallina vieja da buen caldo”, sin lugar a dudas que la expresidenta del chiquero ha dado abundantes y diversos caldos, provocando tremenda indigestión tanto en tirios como en troyanos.
Hasta aquí llega el añorado colorín colorado tan esperado en toda fábula – pero ésta, ésta aún no ha terminado – porque ella volverá no a pedido de la audiencia, sino, gracias a la bajada y ascención del conturbenio en donde la nueva y exhuberante figura matrialcal ya ha demostrado ser un remedo fiel del famoso “hombre lobo”.