Haber alcanzado las tres cuartas partes de las gobernaciones es un logro extraordinario, en medio de un conflicto político-social cada vez más pronunciado con el imperialismo norteamericano. Una situación de guerra, con visos de ser permanente; se ha ido configurando y estructurando, de forma lenta y sostenida, a través de los últimos años. El influjo de Estados vasallos, como el colombiano, por medio de una población desplazada de ese país y asentada fundamentalmente en los estados fronterizos o cuasi fronterizos, es una realidad preocupante que no ha sido totalmente entendida ni asumida por el gobierno nacional.
Táchira, Zulia y Mérida, en la frontera colombiana, junto a la pérdida de Nueva Esparta, Anzoátegui, y tal vez Bolívar (observemos una vez más el mapa del país); configura la “partición” y “fragmentación” del país. La recuperación de Lara, estado industrial y “cruce de caminos” nacional; pero muy especialmente el haber ganado el densamente poblado y capital estado Miranda, compensa de alguna manera estas derrotas estratégicas.
Desde anoche los camaradas merideños, en un gesto muy humano, pero estéril, comenzaron a culpar el “haberle dado muchos beneficios (alimentos, carros, casas, etc) a los escuálidos, olvidando a los chavistas”, el “maltrato de los funcionarios públicos al pueblo”, “la sordera oficial”, “una dirigencia de espaldas a la gente”, etc. Todas esas razones pudieran ser válidas; pero no explican satisfactoriamente los resultados adversos en los estados fronterizos. Si uno se toma la molestia de investigar, de hurgar, en las opiniones del pueblo llano a lo largo y ancho del país, no se diferencian de ninguna de estas. Allí no están todas las razones.
Táchira, Zulia y Mérida: dos gobernadores de origen militar (Táchira y Zulia), pero uno civil (Mérida); dos estados andinos conservadores (Táchira y Mérida), pero el otro cultural y claramente diferenciado (Zulia). Uno siempre en manos de la revolución (Mérida), pero los otros dos han cambiado de manos varias veces en estos 20 años (Táchira y Zulia). Dos estados agrícolas (Táchira y Mérida), pero un tercero fuertemente petrolero (Zulia). O sea, no se observa un patrón común, una tendencia. Salvo la cercanía con Colombia. Salvo el contar con una gran población colombiana, o de origen colombiano, asentada desde hace décadas, y en un permanente incremento.
El contrabando, el bachaquerismo, el paramilitarismo, la extorsión, el secuestro, el tráfico de drogas, es y han sido, factores que estos estados han sufrido como ningún otro. Las realidades de sus campos, la propiedad de sus tierras, la porosidad de una frontera informe, la corrupción de ciertos estamentos militares apostados en sitios estratégicos, el permanente ataque del gobierno colombiano y elementos de la inteligencia norteamericana, los cambistas de Cúcuta y Maicao; sí se percibe como elementos comunes que dan luces acerca de estos resultados electorales.
El gobierno nacional no ha tenido una política coherente, diferenciada y de visión estratégica con estos estos tres estados. No asume que estamos en una guerra real, no metafórica, que implica redimensionar la presencia del estado nacional en estos sitios lejos del influjo de Caracas, pero cerca de la violencia endémica colombiana. Un “gobierno en las sombras”, que tan buenos frutos dieron en la recuperación de Lara y Miranda, podría ser implementado y adaptado a las realidades objetivas en estos tres estados. O sea, una respuesta no militar (o no solo militar) es absolutamente esencial. Una Vicepresidencia para la Frontera, con enorme poder de decisión y capacidad de maniobra, emerge como uno de estos caminos que el Presidente Maduro debería meditar.
Finalmente, la dirigencia de estos estados deberá ser transformada, de raíz. Pero no espere nadie que milagrosamente surja una caída de marte, ni impuesta desde Caracas. Muchos critican esta dirigencia, con razones, pero pocos se atreven a erigirse en líderes. Quieren que otros corran los riesgos, mientras ellos, cómodamente, deshojan la margarita en una “autocrítica” totalmente estéril e improductiva. Yo allí no me anoto.
Juan Carlos Villegas Febres